Herencia del Padre
Camilo, huérfano de madre,
buscó apoyo instintivamente en el padre. Desaparecida la amorosa vigilancia de
la madre, Camilo queda totalmente a merced de la influencia paterna en su
primera adolescencia, tiempo de bruscas e inseguras transformaciones. Para
entender la mentalidad tanto del padre como del hijo - hasta sus veinticinco
años- creo, que nos puede servir de
mucho un célebre discurso llamado de las armas y las letras, pronunciado por e!
ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha, que en aquella ocasión habló como
cuerdo y no como loco, reflejando muy bien la escala de valores de los
caballeros de su tiempo, entre los que hemos de incluir a Juan de Lellis, padre
de Camilo. Veamos:
“ … hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia
distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, y entender y hacer que las buenas
leyes se guarden. Fin, por cierto, generoso y alto y digno de grande alabanza;
pero no de tanta como merece aquel a que las armas atienden… porque con las
armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las
ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios, y
finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías,
las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la
confusión que trae consigo la guerra y e! tiempo que dura y tiene licencia de
usar de sus privilegios y de sus fuerzas. y es razón averiguada que aquello que
más cuesta se estima y debe estimar en más. Alcanzar alguno o ser eminente en
letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, vahídos de cabeza,
indigestiones de estómago y otras cosas a estas adherentes que, en parte, ya
las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le
cuesta todo lo que al estudiante, en tanto mayor grado, que no tiene
comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida…”
Como ves, la cuestión que el ilustre hidalgo trata y resuelve es entre las
armas y las letras. Fuera de ahí, es decir los restantes trabajos y
ocupaciones, eran llamados en general trabajos serviles, propios de siervos,
indignos e inaceptables para un caballero.
El primer intento de! padre
para orientar la vida de Camilo fue el camino de las letras. Frecuentó la
escuela de un preceptor durante algunos años; los resultados fueron muy
escasos. Mientras otros compañeros y su mismo primo Onofre hacían grandes
progresos, Camilo apenas dio los primeros pasos; el ejemplo y la vocación del
padre nada le ayudaban por este camino. Padre e hijo entendieron que no había
nacido para las letras.
Según e! célebre discurso antes citado, quedaba la otra opción, las armas, y
este era el camino que en realidad ambos deseaban y veían luminoso y radiante.
Esta era la herencia de! padre, la sed de gloria y aventura, el ansia de vivir
corriendo el mundo, combatiendo al servicio de una noble causa; la sangre y la
juventud lo arrastran. Camilo está seguro de que este es su camino, que lo
librará de la vaciedad e inutilidad en que vive, que ya lo desazona, y le dará
un ideal grande y hermoso, capaz de colmar toda su ilusión y toda su vida. Será
todo un hombre que dará nuevo brillo a su ilustre apellido. Apoyado por su
padre y sus viejos compañeros de armas, Camilo llegará muy lejos. Una gran
carrera, noble y gloriosa, se abre ante él.
Padre e hijo - este con 18 años - y otros dos primos parten a la guerra contra
el Turco en busca de gloria y aventuras. También es cierto que iban en busca de
dinero, porque los blasones de su ilustre apellido estaban sin doblones,
rozando la miseria. Así es la vida.
Llegados a Ancona, camino de Venecia, las dificultades se amontonan frente a
sus radiantes proyectos. El padre, ya viejo, enferma de cuidado; no ha podido
soportar el largo viaje a pie y mal alimentados. La fiebre lo consume, pero su
lucidez mental le permite apreciar la situación: ante la realidad rinde sus
ideales, ya no podrá enrolarse. Le sirve de consuelo el haber indicado a Camilo
el camino de las armas, haberle transmitido el fuego de su ideal de vida, pero
muchas cosas lo oprimen: está solo, viejo, pobre y enfermo, lejos de su casa…
su único apoyo, Camilo, que no se aparta de su lado, también tiene fiebre y
hambre. Los días de gloria, los grados y triunfos logrados, se han quedado
atrás… lejos en el tiempo, de nada le sirven cuando más los necesitaría. ¿Los
amigos…? ¿dónde están los fieles camaradas de los días de triunfo?
Su pensamiento va ante todo a Camilo: su vida se apaga, se va a morir y lo deja
solo en la vida, inexperto, enfermo y sin un doblón… sí, esto lo apesadumbra,
haber malgastado su hacienda y dejar al hijo en el abandono…
Pero, ¿no habrá algún rayo de esperanza? Haciendo un gran esfuerzo de voluntad,
emprenden el camino de vuelta a casa; el ansia de verse acogidos en el viejo
hogar, entre aquellos queridos muros, les presta ánimos. Tras una jornada de
fatigoso camino, brilla otra pequeña esperanza: en S. Elpidio a mare, un
antiguo camarada de armas les brindará refugio y ayuda. Sí, llegan y son bien
acogidos, pero el viejo guerrero rinde sus últimas fuerzas. Ya no podrá
levantarse del lecho, y a los pocos días entrega su espíritu al Creador,
abatido pero iluminado y confortado por la fe cristiana y los Sacramentos de la
Iglesia. Camilo oyó en silencio sus últimas palabras:
“Camilo… perdóname por la herencia que te dejo… sólo la espada y el puñal… por
la que malgasté y perdí… perdóname por no haber escuchado a tu santa
madre… reza por mí, Camilo … vuelve a la tumba de tu madre y cuéntale…