Herencia de la madre
Camilo creció con el
aliento, el calor, la leche, la voz y la mirada de su madre; el molde que iba
dando forma a su vida era Camila. Para ella la vida ahora consistía en dar vida
y crecimiento al hijo bajo su entera protección y responsabilidad -el padre
estaba lejos -. Quería ir gastando su vida día a día, para que la vida
del hijo se fuera desarrollando limpia y vigorosa, «que él crezca y yo mengüe»
(Juan 3,30). No le entregaba solamente lo que llamamos la herencia natural y
genética, sino que el necesario ambiente vital en que Camilo creció hasta sus
trece años, fue Camila. La madre plasmó al hijo: su carácter y
sensibilidad, su actitud de acogida y entrega a todos, sobre todo a los pobres,
su amor al silencio y a la interioridad, su oración constante, su búsqueda
continua de lo grande, lo absoluto, lo que está más allá de lo sensible, su
amor a lo eterno, lo firme, lo bello, lo bueno…. es decir Dios; todo esto
Camila lo dejó muy adentro del alma de Camilo. Camila formó su cuerpo y formó
su alma según su propio ser, como imagen de sí misma, mientras veló al tierno
hijo de sus canas y «lo protegió bajo sus alas». Esto se verá luego en la parte
principal de esta narración. La siembra silenciosa de la madre brotará un día
con un vigor maravilloso y fecundo.
Sin embargo Camila murió a los trece años de la vida del hijo con una espina en el corazón. En los últimos años Camilo mostraba un carácter inquieto, díscolo y fuerte; eludía la tutela materna y sobresalía en las fechorías de la muchachada del lugar, sobre todo en el juego de naipes y dados. La madre se inquietaba, oraba con mayor intensidad, sufría y exhortaba con lágrimas al niño.
Camilo, hijo mío, ven aquí, -lo sentaba a sus pies y tomaba entre sus manos la cabeza; éste la miraba un momento con los ojos bien abiertos, pero enseguida movía la cabeza pensando en sus juegos y amigos-, mírame bien, Camilo, y escucha lo que te voy a decir, mira lo que me haces sufrir… te voy a decir un secreto que nunca te he dicho, - el niño atendía otra vez - . Antes que tú nacieses, yo te vi en sueños… tú ibas delante de un escuadrón de niños, y ¿sabes qué llevabais todos en el pecho? Pues una cruz, y tú además llevabas otra cruz en un estandarte que levantabas al frente de todos… - Camilo atendía como absorto-. Y ¿sabes qué puede significar este sueño de tu madre antes de traerte al mundo…? -la voz de la madre se quebraba, y seguía entre lágrimas y sollozos- temo que sea un mal augurio… temo por ti, hijo mío, esa cruz puede ser… la cruz que llevan… los condenados por la justicia… cuando van al patíbulo… Camilo, si sigues así y no haces caso a las palabras de tu madre, el sueño será verdad, mira que a veces los sueños se cumplen… si sigues así, lo vas a cumplir… hijo mío, eso sería mi muerte… y la ruina de toda tu casa…
Pasados dos o tres días, Camilo era el mismo de antes, apenas recordaba las palabras y la mirada dulce y penetrante de la madre, que bajó a la tumba rogando por él y ofrendando a Dios su vida para que su hijo no se perdiera. Un hijo de tantas lágrimas, limosnas y oraciones… ¿podrá perderse, Señor…?
La muerte de la madre se grabó profundamente en el alma del muchacho. Lloró desconsolado al verse sin ella, - nunca lo había imaginado -, en su ser más íntimo se sintió perdido, solo, huérfano. Le dolió de veras no haber atendido a sus palabras…
Sin embargo Camila murió a los trece años de la vida del hijo con una espina en el corazón. En los últimos años Camilo mostraba un carácter inquieto, díscolo y fuerte; eludía la tutela materna y sobresalía en las fechorías de la muchachada del lugar, sobre todo en el juego de naipes y dados. La madre se inquietaba, oraba con mayor intensidad, sufría y exhortaba con lágrimas al niño.
Camilo, hijo mío, ven aquí, -lo sentaba a sus pies y tomaba entre sus manos la cabeza; éste la miraba un momento con los ojos bien abiertos, pero enseguida movía la cabeza pensando en sus juegos y amigos-, mírame bien, Camilo, y escucha lo que te voy a decir, mira lo que me haces sufrir… te voy a decir un secreto que nunca te he dicho, - el niño atendía otra vez - . Antes que tú nacieses, yo te vi en sueños… tú ibas delante de un escuadrón de niños, y ¿sabes qué llevabais todos en el pecho? Pues una cruz, y tú además llevabas otra cruz en un estandarte que levantabas al frente de todos… - Camilo atendía como absorto-. Y ¿sabes qué puede significar este sueño de tu madre antes de traerte al mundo…? -la voz de la madre se quebraba, y seguía entre lágrimas y sollozos- temo que sea un mal augurio… temo por ti, hijo mío, esa cruz puede ser… la cruz que llevan… los condenados por la justicia… cuando van al patíbulo… Camilo, si sigues así y no haces caso a las palabras de tu madre, el sueño será verdad, mira que a veces los sueños se cumplen… si sigues así, lo vas a cumplir… hijo mío, eso sería mi muerte… y la ruina de toda tu casa…
Pasados dos o tres días, Camilo era el mismo de antes, apenas recordaba las palabras y la mirada dulce y penetrante de la madre, que bajó a la tumba rogando por él y ofrendando a Dios su vida para que su hijo no se perdiera. Un hijo de tantas lágrimas, limosnas y oraciones… ¿podrá perderse, Señor…?
La muerte de la madre se grabó profundamente en el alma del muchacho. Lloró desconsolado al verse sin ella, - nunca lo había imaginado -, en su ser más íntimo se sintió perdido, solo, huérfano. Le dolió de veras no haber atendido a sus palabras…